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lunes, 27 de septiembre de 2010

Agua Sagrada

 

Desde las gotas de una pila bautismal hasta esparcir cenizas en un río sagrado, el agua bendice nuestras vidas.
Por Cathy Newman

Si se me llamara/ para construir una religión/ yo haría uso del agua, escribió el poeta inglés Philip Larkin en 1954… y la mayoría de las religiones la utiliza.
Mircea Eliade explicaba que las aguas son “fuente y origen, la reserva de todas las posibilidades de existencia; preceden toda forma y sostienen toda creación”. Así ha sido desde que empezó la historia humana e incluso, según las leyendas, antes. El Génesis dice que el mundo cobró vida gracias a un Dios que creó “un firmamento en medio de las aguas”. Los babilonios creían en un mundo hecho de la combinación de agua dulce y salada. Los indios pima dicen que la Madre Tierra quedó preñada con una gota de agua. La inundación catastrófica que destruye la civilización es también un arquetipo acuoso que forma parte de las culturas hebrea, griega y azteca.
El cuerpo siente sed, como el espíritu. “Debo vivir cerca de un lago –escribió el psiquiatra suizo Carl Jung, quien vadeó en las profundidades de la psique y equiparó el agua con el inconsciente–. Sin agua, creo, nadie podría vivir”. Desde nuestra entrada al mundo en una explosión de líquido amniótico hasta el lavado ritual de los muertos (el taharah en el judaísmo, el ghusl al-mayyit en el islam), el agua fluye por nuestras vidas, trazando una línea entre lo sagrado y lo profano, la vida y la muerte. Nos empapamos, nos hundimos, nos salpicamos, y las bendiciones fluyen amplias y profundas como el río Jordán de las escrituras, maravillosas como el manantial de Lourdes, catárticas como las lágrimas. – Cathy Newman


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